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sábado

V PARTE DE LAS REVISIONES A PAIDEIA DE JAEGER, DE JOAQUÍN MEABE


Joaquín E. Meabe
Seminario sobre Paideia de Werner Jaeger
Corrientes - Argentina - 2017

Materiales de estudio
para revisar y aprender con Paideia
de Werner W. Jaeger 5

El juicio de Nimio de Anquín sobre Jaeger 1

Tras la muerte de Werner Jaeger el filósofo argentino Nimio de Anquín publicó una muy inteligente y erudita nota necrológica en 1962 en la revista Humanitas de la Universidad Nacional de Tucumán. Dice allí, a propósito de Paideia, que: al interpretar estas páginas de Jaeger no debe olvidarse su propio ideal cultural y político, acaso rezagado o perimido frente a las crueles realidades del mundo actual, al cual pretendió tardíamente adaptarse después de su destierro. Pertenecía a una generación europea que penetró profundamente en el conocimiento vital de la gracia clásica, personificada sobre todo en Platón que es el prototipo humano de lo clásico. Hoy, fuera de Europa no hay nada que convenga al ideal clásico, pues más allá de las columnas de Hércules impera la barbarie o sea lo extraño, lo desmesurado, lo confuso y también el deinós de la demonología técnica. No había posibilidad de que una inteligencia plasmada en la escuela de Wilamowitz se adaptase al ambiente americano, en donde halló su segundo hogar como dice en el prólogo de su Demóstenes, pero no su segunda patria, porque la patria una vez perdida no se recupera más. Quisiera o no quisiera, era un representante conspicuo de la Europa que aún venera la Acrópolis y que prefiere el mármol de Paros al cemento armado de Manhattan. 2

Más allá de toda esa suerte de prejuicio antimoderno que subyace a esas palabras, cargadas de una marcada reserva acerca de todo lo que se localiza fuera de Europa, la opinión de Nimio de Anquín llama fuertemente la atención por el la diferencia entre el hogar, el ambiente social y la patria originaria.

En especial, la afirmación de que la patria una vez perdida no se recupera más pareciera algo del pasado. Algo que ya no tendría lugar en nuestro actual horizonte cultural. Tanto la globalización como el actual Estado Homogéneo Universal que tiende a disolver las identidades relativiza la idea misma de patria y ofrece, en el universo virtual de la web, un sucedáneo que no va más alla del imaginario de la cultura globalizada.

No parece, sin embargo, que Jaeger haya sufrido demasiado la pérdida de la patria de su infancia porque, en verdad, desde su más temprano acercamiento a la cultura de la antigüedad clásica nuestro estudioso encontró una patria interior en la Grecia Clásica y esta nueva y segunda patria fue en definitiva la que forjó su más profunda e intensa identidad.

De esta manera el escenario territorial que apoya la valoración de Nimio de Anquin se desvanece para el intelectual que ya no necesita optar entre el mármol de Paros y el cemento armado de Mannhatan porque es consciente de que a lo largo de toda su vida ha conservado el ideal clásico en la persistente rutina de su trabajo de estudioso, editor y maestro.

De esta manera la personalidad de Werner Jaeger se ofrece con un modelo que no solo sirve de paradigma en orden a la defensa de los altos ideales culturales sino también como una figura que muestra el valor de resistencia de esos mismo ideales frente al influjo orientado a homogeneizar la vida y la cultura al disolver las identidades y las afinidades que dan sentido a las opciones vitales de los individuos.

La monumental obra de Werner Jaeger tiende a hacernos dejar de lado aquellos aspectos de su personalidad en los que se manifiesta esa tensión esencial entre la identidad y la pertenencia. El asunto no ha sido materia de examen, fuera de la temprana aproximación de Nimio de Anquín, y es otra de las asignaturas pendientes que en el futuro habrá que afrontar de cara a un mejor y más completo provecho del legado de este estudioso excepcional.

(Texto revisado el 23 de junio de 2017)

1 Organizado inicialmente para servir de apoyo en las clases destinadas a los participantes del Seminario de Filosofía Práctica Clásica del Instituto de Teoría General del Derecho (ITGD) que ha funcionado en la órbita de la Facultad de Derecho de la UNNE de Corrientes, los textos que aquí se vuelven a discutir en estos drafts originariamente se leyeron en cuatro sesiones consecutivas durante las dos últimas semanas de abril y las dos primeras de mayo de 1998 y se ha utilizado como material complementario para el estudio de Paideia que se ha llevado a cabo en dicho Seminario en el primer semestre del mismo año y luego en años sucesivos y hasta la actualidad. Tal como se expuso fue editado con un tiraje muy limitado en 1998 (Corrientes, ITGD, 1998 [edición no comercial]) y así se reeditó el año 2000 (Corrientes, ITGD, 2000 [edición no comercial]). Con posterioridad se hizo en hiso una edición comercial en 2012 que también ha tenido una circulación limitada (vid J. E. Meabe: Introducción a Paideia de Werner Jaeger. Una guía para el conocimiento de sus principales temas – cuatro Lecciones, Corrientes, Moglia ediciones, 2012). En esa última edición se agregaron numerosas notas a pie de página y se actualizaron algunas referencias sin alterar para nada el texto de 1998. Estos drafts están destinados a una futura reedición ampliada de la obra.
2 Nimio de Anquin: Werner Wilhelm Jaeger 1888-1961, en Humanitas, Revista de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Tucumán, año X, 1962, nº 15, pags. 245-251.

                                                 

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VIII MATERIALES DE JOAQUÍN MEABE PARA REVISAR Y APRENDER DE LA PAIDEIA DE JAEGUER

Joaquín E. Meabe
Seminario sobre Paideia de Werner Jaeger
Corrientes - Argentina - 2017

Materiales de estudio
para revisar y aprender con Paideia
de Werner W. Jaeger 8

Los sofistas. Protágoras y
la madurez de la paideia. 1

La tragedia ha tenido una singular función formativa, pero su influencia en el desarrollo de la acción pedagógica deliberada será siempre indirecta, a diferencia de la extraordinaria obra de aquellos contemporáneos suyos que llevaron adelante la tarea de transmitir el conocimiento por la enseñanza y que para facilidad de los estudios los uniformamos bajo el rótulo de sofistas.

Estos individuos, a los que Jaeger atribuye con justicia el origen de la educación formal del Occidente en sentido estricto2, son estudiados desde una doble perspectiva como fenómeno de la historia de la educación y como origen del ideal de la pedagogía y del ideal la cultura, entendida como cultura superior orientada a la formación de un modelo de hombre preparado para la vida pública y para el mejor desempeño ciudadano. En la perspectiva de la historia de la educación la sofística coincide con la madurez de la cultura helénica en el siglo V a. de C. y la aparición de las grandes individualidades3, dispuestas a brindar a las capas superiores de la sociedad de la formación indispensable para actuar en la vida pública y hablar ante las asambleas.

La progresiva transformación de la vida pública, sobre todo en Atenas, impone a las clases dirigentes el ejercicio de sus dotes oratorias4, porque el incremento de la participación ciudadana desplaza el poder a las asambleas; lo que da lugar a nuevos tratos, donde las controversias se componen con arreglo acuerdos que se aprueban en votaciones en las que tiene un papel crucial aquel que alcanza a convencer a los demás diciendo lo apropiado.

La aptitud para actuar y dirigir tiene una base innata, como apunta Jaeger, pero la disposición para pronunciar las palabras adecuadas5 y sostener los fundamentos de una propuesta o de una decisión requiere de cierto entrenamiento que perfecciona aquella base y provee instrumentos de expresión y variedad de recursos verbales que organizan y pulen el discurso.6

Hacían falta, pues alguien que se ocupara de entrenar a los miembros de las clases superiores en el uso del logos o en la técnica del discurso y nada mejor para esto que aquellos que se habían ocupado de investigar estos problemas.

Junto al arte de la palabra se desarrolla una instrucción destinada a adquirir o conservar la areté 7porque la virtud hace al desempeño político tanto como la retórica y todo ello, anota Jaeger, no es más que una modalidad particular de una tendencia más extensa orientada a la creciente racionalización de la vida .

Tres modalidades señala nuestro autor8 en orden a la formación del espíritu que llevan adelante los sofistas: la transmisión de un saber enciclopédico9, la formación del espíritu en sus diversos campos10 y la preparación para la ética y la política11; y esta singular multiplicidad encierra, para Jaeger, el germen del futuro conflicto entre la filosofía y la retórica que, en la etapa de madurez de la paideia, en el siglo siguiente, enfrentará a las escuelas de Platón e Isócrates. No es, sin embargo, el ideal de la retórica - el  12- , lo que, para nuestro autor, identifica a los sofistas y lo que los une en una determinada dirección programática.

Por el contrario, dice Jaeger, común es más bien a todos el hecho de ser maestros de areté política y de aspirar a conseguir esta mediante una incrementación de la formación espiritual, cualquiera que fuese su opinión sobre la manera de realizarla.13

Esta posición, que hace de la acción educativa consciente, no solo se propone como un ideal formativo sino que apunta a cuestiones centrales de la vida del espíritu; lo que, para nuestro autor, conduce directamente al problema de la posición de los sofistas en la historia de la filosofía y de la ciencia griega.14

Tan importante asunto, que interesa de igual modo o a la filosofía y a la ciencia como a la misma historia de la educación, es examinada de modo preciso pero sin concederle al tema la extensión que reclama, lo que , en cierto modo, restringe el propio horizonte que el autor propone a manera de contexto.15

Quizá esto se deba más que nada a un simple corrimiento temático que privilegia el rol de la acción educativa en desmedro de las posiciones teóricas y de los presupuestos ideológicos del pensamiento presocrático16; pero, sea cual fuere en definitiva el motivo del autor, lo que se percibe a lo largo de su exposición sobre los sofistas bien puede caracterizarse como una especie de permanente rodeo que en sucesivos recorridos alcanza a apropiarse de los objetos que hacen a su asunto con un interés restringido o acotado en orden al específico estudio de la paideia presocrática.

A pesar de la limitación de perspectiva que acabamos de anotar, en su caracterización de estos singular maestros Jaeger examina con reserva la posición sostenida por la mayoría de los historiadores de la filosofía, que definen a los sofistas como subjetivistas o relativistas; y, de cara a esto, considera que es un error colocar a estos maestro de areté junto a pensadores del estilo de Anaximandro, Parménides o Heráclito.17

No obstante ensaya una comparación contextual y muestra que, a diferencia de los filósofos, estos nuevos maestros se interesan más por la práctica que por la teoría y por el hombre y sus desempeños antes que por los problemas de la naturaleza, que aquellos sabios habían considerado de manera excluyente o predominante como tema de sus investigaciones.

Los sofistas quedan, de este modo, asociados a la poesía parenética y educativa y su pensamiento se levanta desde esa otra perspectiva como un bloque de nuevos e importantes temas relativos a la formación humana y al desempeño ciudadano , lo cual deja a salvo su originalidad y obliga a reconsiderar su importancia con arreglo a criterios más complejos que se hagan cargo de esta otra dimensión de la cultura intelectual que hunde sus raíces en la práctica de la vida y en sus extensiones normativas cuyo foco está en el ethos que informa la convivencia.

El correcto encuadre de ese crucial asunto que hace a la posición intelectual de los sofistas encierra, sin embargo, un cúmulo de problemas de detalle que Jaeger no examina o que pasa por alto, seguramente debido a su carácter marginal respecto del desarrollo de la temática de la paideia y a la propia limitación de nuestras fuentes que apenas si registran fragmentos de desigual extensión e importancia y del todo insuficientes para formular un juicio definitivo.

Pero si bien es cierto que en los testimonios conservados de los sofistas no encontramos más que esbozos imposibles de equiparar a los amplios desarrollos programáticos de Platón y de Aristóteles o, incluso, al más restringido conglomerado de los filósofos presocráticos, su pensamiento, por limitadas que resulten las fuentes y por pobre que parezca su despliegue teórico, es de la más alta importancia en orden al paradigma dominante en la cultura intelectual.

Todo esto impone, además, una consideración particular y de detalle acerca del sensualismo, como posición del nuevo imaginario pedagógico y, también, como ideología filosófica, de tal modo que se permita rastrear con más realismo los eventuales puntos de conexión entre filósofos y sofistas, en el marco más amplio del estándar espiritual dominante que informa los presupuestos de las creencias y el dispositivo de opciones y elementos intelectuales del que participa tanto la filosofía como el arte retórico, la medicina y las demás técnicas de la época.

Al omitir toda consideración, en orden al contexto de la plataforma material que sostiene aquella conexión apuntada, se facilita la aproximación a la actividad educativa de los sofistas y se realza su originalidad como fundadores de la pedagogía racional al tiempo que se evita el compromiso de profundizar en su ideología filosófica y las extensiones que ella implica en el imaginario.

Resulta así que lo que se deja de lado es tanto como lo que se destaca y - lo que es peor -, la cesura termina descontextualizando el conjunto de fragmentos de los sofistas tal forma que se deja abierta la vía para todo tipo de comparaciones que terminan desdibujando el salto cualitativo que se opera con Sócrates y Platón. Y algunas de las más importantes críticas de Platón al sensualismo sofístico, en el terreno de la filosofía práctica y en todo lo que hace al derecho y a la justicia del más fuerte, literalmente desaparece de la escena.

La reivindicación positivista de la sofística, desde fines del siglo XIX, tiene esa impronta que se deriva de su común plataforma sensualista que nutre todo el pensamiento presocrático, cuyo módulo restringe en términos absolutos la capacidad constructiva de la inteligencia a lo que se puede ver, oír y aprehender por medio de los sentidos. Esta limitación en los presupuestos del pensamiento sofístico es la clave de su concepción técnica de la pedagogía racional y lo que hace a esta inferior a la pedagogía crítica de Sócrates y Platón.

Tenía, pues nuestro autor, a su alcance mejores argumentos que los que despliega para realizar una valoración objetiva y crítica de los sofistas y para destacar la diferencia cualitativa que separa a estos de Sócrates y Platón; pero Jaeger no es un filósofo crítico; y aquí se percibe, de modo patente, la estrechez de su concepción de erudito y filólogo, que, seguramente sin quererlo, prefiere el terreno menos conflictivo de la comparación ética al más arduo de la crítica de los fundamentos que solventa el complejo dispositivo presocrático de construcción de lo real, donde se localiza la clave más precisa de la inteligencia del núcleo duro de la incomparable obra del filósofo de la Academia.

Por cierto, tampoco advierte Jaeger que la diferencia en la comparación ética solo vale para los que sostienen la superioridad de una formación integral de la personalidad, como la que sustenta nuestro autor, pero no para los que consideran mejor la pura formación técnica como ocurre con los positivistas, los empiristas y los naturalistas éticos que no encuentran dificultad alguna para dar vuelta la línea de desarrollo de la paideia griega en favor de la sofística colocando a Sócrates y a Platón en una posición de retroceso , lo mismo que a Aristóteles, al que se ve como un caso de regresión teórica en el terreno de la ética y de la política.

Esto no ocurriría si nuestro autor hubiera profundizado la crítica de la ideología filosófica de la sofística18 y mostrara la conexión con el resto del pensamiento presocrático, lo mismo que el límite que afecta a todo ese conglomerado en el nivel más arduo de los presupuestos que funda y sostiene su paradigma ideológico-filosófico, decididamente insuficiente para resolver los propios problemas acumulados, por la ausencia de una matriz teórica ampliada que contemple e integre lo sensible y lo inteligible en un marco teórico que no dependa exclusivamente de los sentidos y que solo va a estar disponible en la historia del pensamiento a partir de Sócrates y de Platón.

A pesar de los límites del autor, de cara al desarrollo argumentativo que asume en relación a los presupuestos de los sofistas, anota este con indudable acierto la impronta intelectual del fenómeno que impresiona siempre como algo incompleto e imperfecto.

Ocurre, como bien dice nuestro autor, que la sofística no es un movimiento científico, sino la invasión del espíritu de la antigua física e ¨historia¨ de los jonios por otros intereses de la vida y ante todo por los problemas pedagógicos y sociales que surgieron a consecuencia de la transformación del estado económico y social.19

En ese horizonte el sofista aparece como un individuo universal cuya existencia dependía de sus aptitudes intelectuales y pedagógicas y, como bien destaca Jaeger, hasta el hecho de que vivieran de la educación es un signo de los tiempos. 20

Ejemplo sobresaliente, que nuestro autor señala, es el caso de Hipias de Elis que hablaba de todas las ramas del saber, enseñaba todas las artes y ostentaba en su cuerpo todas las vestimentas y todos los ornamentos hechos por sus propias manos, resulta así un perfecto uomo universale. 21

Sin embargo, como también agrega Jaeger respecto de los sofistas, hay siempre en ellos algo de incompleto e imperfecto22, ya que, de una parte, su accionar pone de manifiesto una tendencia al reemplazo de la sabiduría científica (la física jónica) por la pedagogía y en particular la enseñanza o preparación para vida pública o política, y de otra parte, por obra de su propio desarrollo orienta aquella misma enseñanza a una lucha ulterior entre su principal retoño, la retórica, y la filosofía.

Pero, sea cual fuere el dictamen definitivo acerca de la sofística, lo que importa al juicio objetivo requiere de un amplio examen de su peculiar modalidad educativa; y, en esta dirección, Jaeger ofrece un inteligente diagrama que se despliega casi como una carta de navegación, tanto para el estudioso como para el simple lector interesado, cuya clave combina la idea consciente de educación con la preparación del hombre para la vida cívica, que nuestro autor caracteriza como humanismo.

Dice en este sentido Jaeger que esta concepción de la esencia de la ¨educación general¨ nos da la suma del desarrollo histórico de la educación griega. Esta educación ética y política es un rasgo fundamental de la esencia de la verdadera paideia. Solo en tiempos posteriores un nuevo tipo de humanismo puramente estético se le sobrepone o lo sustituye, en el momento en que el estado deja de ocupar el lugar supremo. En los tiempos clásicos es esencial la conexión entre la alta educación y la idea del estado y de la sociedad. Empleamos la voz humanismo para designar, con plena reflexión la idea de la formación humana que penetra con la sofística en lo profundo de la evolución del espíritu griego y en su sentido más esencial; no como ejemplo histórico, puramente aproximado. Para los tiempos modernos el concepto de humanismo se refiere de un modo expreso a la educación y la cultura de la antigüedad. Pero esto se funda en el hecho de que nuestra idea de la educación ¨general¨ humana tiene también allí su origen. En este sentido el humanismo es una creación esencial de los griegos Solo por su importancia imperecedera para el espíritu humano es esencial y necesaria la referencia histórica de nuestra educación a la de los antiguos.23

Esta caracterización genérica fija el criterio de abordaje para examinar el itinerario de la actividad de los sofistas y de su ulterior colación por Platón e Isócrates. Y, en ese derrotero, la posibilidad de una cabal inteligencia de la crítica que ambos asumen - bien que desde horizontes teóricos diferentes -, requiere para nuestro autor de una doble perspectiva : en un plano muy amplio el hecho histórico de la crisis de los valores, de las tradiciones antiguas e, incluso, de la creencias religiosas ancestrales; y, en un nivel más restringido, el registro también histórico de la necesidad de un punto de partida que sirva de base normativa, que para el sofista no puede ser otra que la forma humana individual.

Ahora bien, en la interacción de ambos planos la enseñanza no puede evitar una proyección tanto al pasado que funda el entrenamiento como al futuro que se propone moldear, lo que coloca a la educación sofística ante a un dilema en dirección al criterio filosófico que permita distinguir lo útil y relativo de lo permanente en la instrucción deliberada, lo cual, en opinión de Jaeger, ella misma nunca llegará a resolverlo.

Pero, como bien lo anota Jaeger, importa más la emergencia de ese ideal educativo consciente que la solución alcanzado por sus promotores.

Además, se plantea para nuestro autor en este terreno una dificultad adicional toda vez que sabemos muy poco sobre los sofistas en particular para poder ofrecer una imagen de los procedimientos de enseñanza y de los fines de cada uno de sus representantes capitales.24

Ocurre que sus epideixis no eran sino productos de circunstancia; pero, aun así, debe anotarse en su haber el acento puesto en la  (naturaleza) como presupuesto particular de cualquier aprendizaje y la orientación a la  (enseñanza), a la  (ejercicio) y a la  (adoctrinamiento), como fundamentos pragmáticos de la obra educadora.

Jaeger conecta aquí el conocimiento de la naturaleza de la filosofía jónica y el desarrollo de la medicina empírica25 que conduce al concepto de physis humana26 como organismo corporal dotado de determinadas cualidades27que lleva al concepto de naturaleza humana y que permite desglosar los tres factores fundamentales de toda educación : naturaleza, enseñanza y hábito.28

Esa trinidad pedagógica de los sofistas, transmitida sobre todo por Plutarco, debe examinarse para Jaeger, en relación con el ejemplo de la agricultura, que ese autor antiguo desarrolla de modo expreso en relación al tema, porque la comparación de la educación humana con la agricultura ha penetrado en el pensamiento occidental y ha acertado a crear la nueva metáfora de la cultura animi: la educación humana es ¨cultura espiritual¨. 29

Ahora bien, para que el terreno (la naturaleza humana) aproveche la simiente (las doctrinas) plantada por el campesino (el educador) no solo se requería, como bien lo muestra Jaeger, un esfuerzo en la dirección y el cuidado sino que obligaba a desglosar el entrenamiento; y, en ese sentido, se encaminaba la preparación por etapas y materias.30

En punto a esta última destaca nuestro autor que la preparación para la vida cívica suponía una peculiar pedagogía relacionada con la ley y un entrenamiento para saber hablar de acuerdo a las reglas del lenguaje (gramática), saber ordenar ese mismo discurso (retórica) y, sobre todo, saber sostener el propio argumento en la disputa con cualquier antagonista (dialéctica).

El otro aspecto, es ilustrado por Jaeger con el Protágoras de Platón, donde se adjudica al sofista una peculiar descripción de los pasos educativos que se registran en la vida del individuo desde su nacimiento hasta la culminación del adulto que adquiere ya una preparación orientada a la búsqueda de la areté política.

Jaeger destaca, asimismo, la diferencia entre el elemento real de la educación sofística (las mathemata) y sus elementos formales (gramática, retórica y dialéctica)31 y, en relación a esto apunta, en particular, al limitado ámbito de extensión de su campo de enseñanza, que no fue nunca más allá de las capas superiores de la población que, si bien contrataban para sus hijos más que para ellos mismo los servicios del sofista, no deseaban que su influjo excediese el entrenamiento circunstancial.32

Semejante limitación en los propósitos, para Jaeger, es a la vez el síntoma y el rasgo característico de esta etapa, que tiene a los sofistas como principales protagonistas de la paideia griega, cuya impronta educativa se proyecta sobre la crisis del estado33 y descubre en ella, de la mano de Trasímaco34 y Calicles35 la inestable trama de la convivencia al poner de relieve la función polémica y contradictoria del derecho y la justicia del más fuerte. La ley aparece así contrapuesta a la naturaleza y Jaeger destaca el diferente criterio con el se considera el problema en Trasímaco y en Antifón; pero su examen deja aquí pendiente el dilema que enlaza al hedonismo con el sensualismo presocrático, cuya plataforma comparten ambos pensadores a pesar de las diferentes conclusiones que ofrecen en sus fragmentarias aproximaciones al trato con la ley.

Una concepción unilateral - no exenta de cierto sesgo iluminista - le impide a Jaeger aprovechar el fenomenal contencioso que tiene lugar a partir de la fundamentación teórica del derecho y la justicia del más fuerte en Gorgias, Trasímaco y Calicles.36

Sin embargo, ya hemos visto más arriba, que esto no podría ser de otra manera, toda vez que, ya desde los inicios de su estudio de la cultura griega y en el específico examen de la épica homérica, lo mismo que en el ulterior análisis del desarrollo de la idea de ley jurídica y de la consecuente evolución de la idea de justicia, no toma Jaeger en cuenta, para nada, el singular fenómeno del complejo desarrollo paralelo de la ley arbitral como contrapunto de la ley del más fuerte y la evolución también desigual y combinada en recíproco contrapunto de la justicia arbitral y la justicia del más fuerte.37

La falta de visión teórica, en el horizonte más amplio del conjunto de la cultura griega, hace que un tema crucial para la ética y la filosofía práctica, como es el relativo al derecho y a la justicia del más fuerte, se transforme en una cuestión residual y hasta incomprensible cuando se la asocia a la temática del Gorgias o del Trasímaco. 38

No resulta entonces nada extraño que en el caso menos complejo del Diálogo entre los Atenienses y los Melios39 aquella falta de visión teórica conduzca a la descontextualización, al desvincular su asunto de la plataforma común de la sofística.

A pesar de este notable déficit en la consideración de un tema importante, que se conecta a lo más dramático y actual de la filosofía de Platón y a su singular paideia política, encontramos en esta parte de la obra de Jaeger una fundamental observación que se relaciona con ese desarrollo teórico y que debe remarcarse porque muestra la específica contrapartida del antagonismo de la ley y la justicia, que no es otro que el desglose entre la política y la moral.

En ese sentido dice Jaeger que para la conciencia actual, con razón o sin ella, la política y la moral pertenecen a reinos separados, y las normas de la acción no son en ambos dominios las mismas. Ningún intento teórico para salvar esta escisión puede cambiar en nada el hecho histórico de que nuestra ética proceda de la religión cristiana y nuestra política del estado antiguo. Así, ambas se desarrollan sobre raíces morales completamente distintas. Esta disparidad, sancionada por los siglos, y en relación con la cual la filosofía moderna ha intentado, a veces, hacer de la necesidad virtud, era desconocida para los griegos. Para nosotros la moral del estado se halla siempre en oposición con la ética individual y muchos de nosotros quisiéramos mejor escribir la palabra, en el primer sentido, entre comillas. Para los griegos del periodo clásico o, aun, para los de todos el periodo de la cultura de la polis era, en cambio, casi una tautología, la convicción de que el estado era la única fuente de las normas morales y no era posible concebir que otra ética se pudiera dar fuera de la ética del estado, es decir, fuera de las leyes de la comunidad en que vive el hombre. Una moral privada diferente de ella, era para los griegos una idea inconcebible. Debemos hacer abstracción aquí de nuestra idea de conciencia personal. También ella procede de Grecia, pero se desarrolló en tiempos muy posteriores. Para los griegos del siglo V solo había dos posibilidades: o la ley del estado es la más alta norma de vida humana y se halla en concordancia con la ordenación divina de la existencia, de tal modo que el hombre y el ciudadano son uno y lo mismo; o las normas del estado se hallan en contradicción con las normas establecidas por la divinidad, en cuyo caso puede el hombre dejar de reconocer las leyes del estados; pero, entonces, su existencia se separa de la comunidad política y se hunde irremediablemente, salvo que su pensamiento le ofrezca un nuevo asiento inconmovible en aquel orden superior y eterno de la naturaleza.40

Casi no hace falta decir que tanto en los hombres como en los dioses del mundo clásico pagano y, en particular, del mundo helénico, la más alta norma de Jaeger41 es siempre una compleja trama de contrapuntos que comprende a las pautas de la ley arbitral entretejidas con los preceptos de la ley del más fuerte, unidas y combinadas de manera irregular y desigual con las antagónicas formas de justicia (arbitral y contrarbitral) que son correlativas de aquellas.42

(Texto revisado el 25 de junio de 2017)

1 Organizado inicialmente para servir de apoyo en las clases destinadas a los participantes del Seminario de Filosofía Práctica Clásica del Instituto de Teoría General del Derecho (ITGD) que ha funcionado en la órbita de la Facultad de Derecho de la UNNE de Corrientes, los textos que aquí se vuelven a discutir en estos drafts originariamente se leyeron en cuatro sesiones consecutivas durante las dos últimas semanas de abril y las dos primeras de mayo de 1998 y se ha utilizado como material complementario para el estudio de Paideia que se ha llevado a cabo en dicho Seminario en el primer semestre del mismo año y luego en años sucesivos y hasta la actualidad. Tal como se expuso fue editado con un tiraje muy limitado en 1998 (Corrientes, ITGD, 1998 [edición no comercial]) y así se reeditó el año 2000 (Corrientes, ITGD, 2000 [edición no comercial]). Con posterioridad se hizo en hiso una edición comercial en 2012 que también ha tenido una circulación limitada (vid J. E. Meabe: Introducción a Paideia de Werner Jaeger. Una guía para el conocimiento de sus principales temas – cuatro Lecciones, Corrientes, Moglia ediciones, 2012). En esa última edición se agregaron numerosas notas a pie de página y se actualizaron algunas referencias sin alterar para nada el texto de 1998. Estos drafts están destinados a una futura reedición ampliada de la obra. En adelante las referencias a Paideia remiten a Werner Jaeger: Paideia, trad. cast. de Joaquín Xirau y Wenceslao Roces, México, ed. FCE, 1985: 263-302.
2 Dice Jaeger: con el desenvolvimiento histórico, el ideal de la areté humana experimentó los cambios de la evolución del todo social e influyó también en ellos. Y el pensamiento debió orientarse vigorosamente hacia el problema de saber cuál debía de ser el camino de la educación para llegar a ella…La nueva sociedad urbana y ciudadana tenía una gran desventaja frente a la aristocracia, puesto que, aunque poseía un ideal del hombre y del ciudadano y lo creía en principio muy superior al de la nobleza, no tenía un sistema consciente de educación para llegar a la consecución de aquel fin. La educación profesional, que heredaba el hijo del padre si seguía su oficio o industria, no podía compararse con la educación total en espíritu y cuerpo del aristocrático , fundada en una concepción de conjunto acerca del hombre. Pronto se hizo sentir la necesidad de una nueva educación que satisficiera a los ideales del hombre de la polis…Así el estado del siglo V es el punto de partida histórico necesario del gran movimiento educador que da el sello a este siglo y al siguiente y en el cual tiene su origen la idea occidental de cultura (vid: Paideia, 263-265; II, 3).
3 Dice Jaeger: La aparición de grandes individualidades espirituales y el conflicto de su aguda consciencia personal no hubiera acaso dado lugar a un movimiento educador tan poderoso como el de la sofística, que por primera vez extiende a amplios círculos y da plena publicidad a la exigencia de una areté fundada en el saber, si la comunidad misma no hubiera sentido ya la necesidad de extender el horizonte ciudadano mediante la educación espiritual del individuo (vid: Paideia, 266; II, 3).
4 Vid: Paideia, 267 (II, 3).
5 Vid: Paideia, 267 (II, 3).
6 Vid: Paideia, 266-267 (II, 3).
7 Vid: Paideia, 265 (II, 3).
8 Vid: Paideia, 268 (II, 3).
9 Vid: Paideia, 268 (II, 3).
10 Vid: Paideia, 268 (II, 3).
11 Vid: Paideia, 268-269 (II, 3).
12 Vid: Paideia, 269 (II, 3).
13 Vid: Paideia, 269 (II, 3).
14 Vid: Paideia, 269-270 (II, 3).
15 Vid: Paideia, 270-271 (II, 3).

16 Una visión diferente a la Jaeger se puede ver en el volumen III de la History of Greek Philosophy (Cambridge, Cambridge University Press, 1969 [cito por la reimpresión de 1979]) de W. K. C. Guthrie y en Los viejos sofistas y el humanismo (Bs. As., Juárez editor, 1969) de Alfredo Llanos. Estas referencias, desde ya, no cubren sino una parte del debate sobre los sofistas, cuya literatura, por cierto, es hoy enorme. Otro panorama se puede leer en G. B. Kerferd: The sophistic movement, Cambrige, Cambridge University Press, 1981 y uno aún más heterodoxo y de abundante y hasta sobre-extendida verbalización en Bárbara Cassin: L´effec sophisitique, París, Gallimard, 1998. Para un repertorio actualizado vid: Jean-François Pradeau: Philosophie Antique, PUF, 2010.

17 Dice Jaeger al respecto: Las más modernas historias de la filosofía los consideran como fundadores del subjetivismo y el relativismo filosófico. El esbozo de una teoría por Protágoras no justifica semejantes generalizaciones y es evidentemente un error de perspectiva histórica colocar a los maestros de la areté al lado de pensadores del estilo de Anaximandro, Parménides o Heráclito (vid: Paideia, 270[(II, 3]). Una opinión antagónica y también muy erudita es la de Alfredo Llanos en la obra citada en la nota precedente. La discusión respectiva es contencioso abierto que involucra algo más que asuntos de mera heurística.
18 Es evidente que el sesgo admirativo hacia los sofistas debilita la imagen ofrecida por Jaeger. Pero no se debería usar esta limitación de Jaeger para desatender el rasgo funcional que destaca y que interesa para comprender el desarrollo de la paideia griega. Aquí también hay que separar lo accesorio (la limitación de Jaeger) de lo principal (la función crucial de los sofistas en el cambio orientado a universalizar la educación ciudadana y que hace a lo decisivo de la paideia griega). Si se pasa por lato esa diferencia se nos escapa una fundamental enseñanza de Jaeger.
19 Vid: Paideia, 273 (II, 3).
20 Vid: Paideia, 272 (II, 3).
21 Vid: Paideia, 272 (II, 3).
22 Vid: Paideia, 273 (II, 3).
23 Vid: Paideia, 275-276 (II, 3).
24 Vid: Paideia, 279 (II, 3).
25 Vid: Paideia, 280 (II, 3).
26 Vid: Paideia, 280 (II, 3).
27 Vid: Paideia, 280 (II, 3).
28 Vid: Paideia, 285 (II, 3).
29 Vid: Paideia, 286 (II, 3).
30 Vid: Paideia, 285 (II, 3).
31 Vid: Paideia, 290 (II, 3).
32 Vid: Paideia, 291 (II, 3).
33 Vid: Paideia, 291-302 (II, 3).
34 Vid: Paideia, 296 (II, 3).
35 Vid: Paideia, 296-299 (II, 3).
36 Para una discusión de detalle de esta cuestión vid: Joaquín E. Meabe: El derecho y la justicia del más fuerte, Corrientes, ITGD, 1994.
37 Las diferencias se examinan en detalle en Meabe, 1994.
38 Para una discusión de detalle de esta cuestión vid: Joaquín E. Meabe y Salvador Rus Rufino: Derecho, justicia y fuerza, Madrid, ed. Tecnos, 2001.
39 Tucídides, Hist. V, 84-116. Para una discusión de detalle de esta cuestión vid: Joaquín E. Meabe: Estudios sobre Tucídides, volumen 1, Corrientes, Moglia ediciones, 2009.
40 Vid: Paideia, 297-298 (II, 3).
41 Vid: Paideia, 298 (II, 3).
42 Para una crítica de detalle de todo esto vid: Joaquín E. Meabe: El derecho y la justicia del más fuerte, Corrientes, ITGD, 1994.

viernes

VI MATERIALES PARA REVISAR Y ESTUDIAR "PAIDEIA DE W. JAEGER", DE JOAQUÍN MEABE

Joaquín E. Meabe
Seminario sobre Paideia de Werner Jaeger
Corrientes - Argentina - 2017

Materiales de estudio
para revisar y aprender con Paideia
de Werner W. Jaeger 5

La cultura de la edad heroica y la
formación del ideal educativo 1

En su búsqueda, orientada a rastrear la idea de la educación como acción deliberada de formación humana conforme a criterios normativos, Jaeger arranca de Homero y Hesíodo.

Para llevar adelante su investigación se apoya en el concepto de areté, que se expresa en el vigor y la astucia del hombre superior representado por Aquiles y Ulises.2 Homero aparece así como el maestro que enseña a través del poema.
Esta fenomenal tarea adquiere luego en Hesíodo una nueva dimensión al introducirse, en opinión de Jaeger, el valor del trabajo y el ideal de derecho como patrón regulador de la vida y de las adjudicaciones ciudadanas.3 La educación ciudadana se completa después con la afirmación del estado jurídico que adquiere un novedoso y casi desconocido perfil en la Polis, donde sobresale el ideal espartano de adiestramiento, sujeción de conjunto e igualdad ciudadana.

En este marco la poseía cumple un papel educativo que descubre las potencialidades del individuo (Arquíloco, Mimnermo, Safo, Alceo) y que se transforma en testimonio de la afirmación ética de los deberes en Solón, cuya obra imprime a la formación política de Atenas la novedosa idea de la bondad de la ley asociada a la conservación de la ciudad.

Por último nos muestra Jaeger el surgimiento de la filosofía y como contraste las luchas y transformaciones de la nobleza que tiene lugar con la extensión de las individualidades y la aparición de los tiranos.

La areté resume en sus cuatro componentes (valor, prudencia, justicia y sabiduría) la condición del hombre agonal que representa la materia de esta primera parte. Cada vía de la obra tiene en este primer libro una dirección marcada por la temática de esos cuatro tópicos fundamentales.

La noción de areté 4 resulta así la clave y la guía que orienta el examen de la etapa germinal de aquellos altos ideales griegos, cuya finalidad educativa se expresa, de manera progresiva, en un conjunto de ideas y acciones tendientes a la formación consciente de individuos capaces de afrontar los más duros y difíciles desafíos del destino.

Jaeger organiza la perspectiva expositiva con arreglo a este presupuesto y todo lo que examina viene marcado por esa impronta.

De lo cual resulta una inevitable selección temática que limita la inspección de otros registros de la cultura material o de los mismos asuntos y conflictos de poder y de intereses que proyectan su variedad de interacciones económicas, políticas y religiosas en el horizonte de la vida social antigua.

Ahora bien, lo que puede interpretarse como una restricción del historiador no desmerece, sin embargo, la obra para el lector inteligente, que tiene en el texto un magnífico plano del itinerario de las ideas y los valores que han servido para edificar la plataforma del ethos del hombre griego desde la edad germinal de la epopeya.

Todo el examen de Homero y Hesíodo, como el ulterior recorrido de Jaeger en torno a los registros poéticos y testimoniales de la formación de los ideales ciudadanos en Esparta y Atenas y el proceso mismo de afirmación de la individualidad o el conflictivo papel que da lugar a la transformación de la sociedad aristocrática, al nacimiento de la especulación racional y a la disolución de los lazos de sangre, se presenta, en la obra, como un conjunto orgánico donde las ideas se subordinan a las normas a partir de las cual se edifica el espíritu agonal representado por los grandes héroes como Aquiles, Ulises y Ayax, a los que siempre acompañan sabios educadores como Fénix o míticos maestros como el prudente centauro Quirón.

En esa línea los poemas homéricos fijan el punto de partida5 y, también, la caracterización de los primeros rasgos de una tendencia que, al desarrollarse plenamente, no se desestimarán nunca aunque, en algunos aspectos, llegue a reorientarse su sentido o se los adapte a un orden de mayor complejidad como en el caso de la crítica intelectual de Sócrates o en la intrincada trama de la filosofía práctica de Platón y Aristóteles.

La idea de excelencia y superioridad es en este sentido el marco o contexto y , al mismo tiempo, el cauce por el que se desplaza la areté , cuyo contenido se manifiesta ante todo6 como vigor, destreza física y fuerza individual que se pone a prueba en la lucha y que solo se confirma con la victoria o, incluso, con el sacrificio extremo de la vida, de lo que se sigue la fama que después cantan los poetas como testimonio de una perfección definitiva que se reconoce tras la muerte física del héroe.

Junto a esos tres rasgos destaca asimismo nuestro autor7 la prudencia, la astucia y la riqueza de ingenio que se agregan como componentes tardíos de este estadio germinal representado por la epopeya.

Con singular maestría Jaeger estudia los poemas homéricos y muestra la variedad del uso lingüístico8 , su correlación con las practicas ejemplares como la exigencia de recompensa o la sed de honor y los rasgos que conducen a la kalokagathía y a la formación de la fhilaykía 9aristotélica que desemboca en el megalopsychos,10 que no es sino el hombre superior que aspira, en el sentido clásico del estagirita, a apropiarse de la belleza, cuyo significado y extensión explica el gran helenista germano con incomparable rigor y fina erudición.11 Homero aparece así, en la etapa germinal, como el primer educador de los griegos al imponer el ejemplo de la conducta heroica y maravillosa con un valor de modelo y un alcance normativo que Jaeger examina en detalle, apoyándose para esto en la explicación de la aristeía y en la suma de rasgos que resumen su valor protréptico.

Después de Homero se ocupa Jaeger de Hesíodo12, con el que se pone de manifiesto el otro extremo de la cultura de aquella remota edad germinal, representado por el valor del trabajo y la afirmación de la idea del derecho como soporte necesario y marco de referencia del dispositivo de adjudicaciones que, de una parte enaltece y define, en una aproximación aún bastante simple y unilateral, la justicia y, al mismo tiempo, maldice y rechaza la injusticia.13

Jaeger asume, en este punto, la visión clásica y racionalista que coloca a Hesíodo en un sitio de privilegio en orden a la emergencia del ideal de justicia.

El examen y la consecuente demarcación del concepto de ley jurídica 14 que expone con preciso detalle luego va a adquirir, en la época clásica y, sobre todo, de la mano de Platón y Aristóteles, un definido perfil como indicativo de regulación ciudadana normativa. Semejante plataforma que constituye el substrato de la ulterior construcción racionalista y formal del Derecho Romano que, aun hoy, se conserva como la columna vertebral del derecho de Occidente tiene una decidida filiación genealógica que no siempre se destaca en la literatura especializada y acerca de la cual Jaeger presenta un amplio registro que impone una especial atención más allá de cualquier diferencia o crítica en relación a sus opiniones.

Desde ya, no es este el lugar para detenerse a levantar con detalle cargos a Jaeger por la unilateralidad de su exposición en el específico terreno del desenvolvimiento histórico de la concepción helénica de la ley y la justicia, pero tampoco se puede omitir el hecho de que todo su discurso, orientado a formular una alabanza de la idea griega de la ley y la justicia, se desentiende totalmente de toda aquella dimensión constituida por la ley y la justicia del más fuerte15, cuyo desarrollo paralelo y controversial hace de la contribución de los griegos de la antigüedad algo enormemente más problemático, complejo y crítico y, por ende, algo mucho más importante y provechoso de cara a los estudios en torno al uso y al valor de la ley y la justicia, que todo lo que puede proponer o imaginar el clasicismo racionalista y positivista, que idealiza el legado cultural de la antigüedad pagana y que por eso mismo nunca podrá alcanzar la perspectiva teórica que descubre el genuino substrato de la ley articulado como una trama de dominación, intereses y adscripciones.

En todo caso, quizá puede decirse en defensa de Jaeger - y también para atenuar el ineludible cargo de unilateralidad que nunca se debería pasar por alto -, que los propósitos que guían y sostienen su investigación persiguen una determinación histórica lo más completa posible de los elementos que componen el dispositivo de ideas y valores que dieron, en la Grecia antigua, forma y contenido a una acción educativa tendiente a la formación de un extraordinario ideal cuyo tema, la paideia misma, resume el mayor esfuerzo consciente de construcción de hombres capaces de enfrentar con vigor e inteligencia las más arduas contingencias del destino y que, por encima de todo obliga a destacar la fundamental aptitud que impuso, en aquel pueblo privilegiado por la naturaleza, el control racional en todos los desempeños de la vida.

La sutil diferencia seguramente proviene, al menos en el arduo terreno de las disciplinas prácticas como el derecho y la teoría de la justicia, de las diferentes perspectivas que hoy nos impone otro tipo aprendizaje en relación con las grandes obras de la cultura de la antigüedad, que presenta una suma de estados de cuestión como en todo lo relativo a la ley y la justicia del más fuerte, que lleva a replantear la totalidad de los contenidos e ideas de esas materias. Por ende y, en atención a una lectura provechosa, queda nuestro cargo acotado; y la salvedad indica que, incluso para la diferente perspectiva, desde la que se ha levantado el cargo de unilateralidad, la obra de Jaeger continua ofreciendo un incomparable y provechoso panorama para ese tipo de estudios. Más adelante16 vamos a considerar este rasgo como detalle clave para un estudio inteligente y útil.

Ahora bien, al desplazar la investigación al escenario de los tratos interactivos17 Jaeger localiza, en la afirmación y en la compleja extensión de los deberes ciudadanos dentro del cuerpo político, otro de los elementos que contribuye al perfeccionamiento de la paideia griega.

En ese horizonte la Polis - cuya estructura contiene y, al mismo tiempo, potencia aquellos elementos - adquiere una dimensión inusual por la envergadura de la función pedagógica que disciplina todas las esferas de la vida18 y cuyo paradigma, en opinión de nuestro autor, se presenta bajo dos modalidades que estudia en particular: el estado militar espartano y el estado jurídico originario de Jonia. 19

La primera modalidad es a la vez el más alto ejemplo de acción pedagógica deliberada y el más estricto modelo de organización comunitaria orientada a formar de modo específico a sus miembros, con arreglo a una disciplina de adiestramiento militar y hábitos comunitarios, dentro de un orden jerárquico de supremacía aristocrática que, en las elegías de Tirteo20 y en los restos de la poesía coral de Alcmán, proclama su vocación por la lucha y por el valor guerrero que se extiende incluso a las mujeres y que es característico de la areté del hombre agonal. 21

En la base de ambas modalidades encuentra Jaeger el cuerpo político como estado jurídico y, asociado a este, el ideal ciudadano22 cuyo origen localiza nuestro autor en Jonia, donde el testimonio de los poetas y los filósofos desde las más antiguas representaciones de los tiempos primitivos manifiestan una creciente estima por el derecho, entonces consuetudinario y astrictivamente oral, como dispositivo de regulación de la vida y, asimismo, por la justicia como resultado de las adjudicaciones y de las restituciones ejecutadas conforme a decisiones que ponderaban la equivalencia y la reciprocidad. Jaeger examina todo un cúmulo de asuntos que comprende tanto el aspecto terminológico y semántico de las nociones representadas por Themis 23, Diké24 , Hybris25 , Isonomía26, dikaiosyne 27, pleonexia 28, idion 29, koinon30 y ethos31 , como también los distintos esfuerzos dirigidos a imponer y extender la idea de un derecho igual que desemboca en la areté política de la época clásica donde, la libre sumisión del conjunto al régimen de la ley, dio forma y contenido al ideal superior del autogobierno como resultado de aquella prolongada y certera pedagogía del nomos.

La huella de semejante recorrido muestra una marca distintiva en la poesía jónico-eólica32 y, sobre todo en la peculiar poesía política de Solón33 cuyos escasos fragmentos le resultan, sin embargo, al autor más que suficientes para reconstruir el itinerario ascendente de la paideia griega.

La poesía jónico-eólica nos descubre, de una parte, un interesante y sutil proceso de autoeducación progresiva en el que participan Arquíloco, Semónides de Amorgos, Mimnermo de Colofón, Safo y Alceo, a los que estudia Jaeger detenidamente. Y, por otra parte, con Solón esta misma tendencia, conforme a la inteligente explicación de nuestro autor, se intensifica y se transforma en un factor de formación político-ciudadana que privilegia la noción de eunomía y responsabilidad.

Junto a estos desarrollos ético-pedagógicos Jaeger registra la aparición del pensamiento filosófico jónico34 con su fenomenal descubrimiento de un orden que, al mismo tiempo, explica y organiza la percepción del mundo exterior con base en la experiencia del orden de la vida social y que se resume en la categoría de physis, que de ordinario se traduce por naturaleza, aunque se trasladaría mejor, para una estricta inteligencia de su sentido precristiano, pagano y propiamente griego, si la acotamos como naturaleza estrictamente material.

La determinación constructiva y la prosecución de las modalidades racionales que permiten entender la physis exhiben un itinerario tópico en el que se suceden, en un orden de secuencia estricta los primeros cosmólogos o fisiólogos en la denominación de Aristóteles (Tales, Anaximandro, Anaxímenes, Empédocles, Jenófanes, Parménides y Heráclito), a los que Jaeger estudia en relación al impacto educativo y su papel en el desarrollo de las ideas que informa el perfil de la personalidad ciudadana y la perfección del acervo cultural heredado, entre los cuales descuella la maduración del concepto de areté, que a partir de Jenófanes alcanza el término de su evolución con la inclusión de sus cuatro tópicos - valor, prudencia, justicia y sabiduría- que se interrelacionan recíprocamente.

El cuadro de toda esta etapa finalmente se contextualiza para Jaeger con las experiencias de las luchas y transformaciones de la nobleza35 y la política de cultura de los tiranos36, que a su modo representan una etapa superior en la evolución sociopolítica de la hélade.

En orden al primero de estos dos últimos aspectos Jaeger examina, en particular, el libro de Teognis y la Poesía de Píndaro que contienen los elementos maduros y postreros del código de la ética aristocrática y los últimos fundamentos de la ideología del hombre agonal que nunca se van a perder del todo como se percibe claramente en los ulteriores desarrollos de la ética y de la política clásica.

Como contrapartida, concluye Jaeger su investigación del primer tramo de la paideia griega con el análisis de la política cultural y la influencia pedagógica de los tiranos que suceden en las distintas ciudades helénicas a las aristocracias , que en mérito a la afirmación de sus individualidades y a la demagógica utilización de los sectores y capas más pobres de la población abren el camino para la instauración del nuevo orden democrático que culminará en el ideal del autogobierno como expresión y resultado del esfuerzo deliberado que ha moldeado al hombre conforme a los más altos ideales del espíritu racional.






(Texto revisado el 24 de junio de 2017)

1 Organizado inicialmente para servir de apoyo en las clases destinadas a los participantes del Seminario de Filosofía Práctica Clásica del Instituto de Teoría General del Derecho (ITGD) que ha funcionado en la órbita de la Facultad de Derecho de la UNNE de Corrientes, los textos que aquí se vuelven a discutir en estos drafts originariamente se leyeron en cuatro sesiones consecutivas durante las dos últimas semanas de abril y las dos primeras de mayo de 1998 y se ha utilizado como material complementario para el estudio de Paideia que se ha llevado a cabo en dicho Seminario en el primer semestre del mismo año y luego en años sucesivos y hasta la actualidad. Tal como se expuso fue editado con un tiraje muy limitado en 1998 (Corrientes, ITGD, 1998 [edición no comercial]) y así se reeditó el año 2000 (Corrientes, ITGD, 2000 [edición no comercial]). Con posterioridad se hizo en hiso una edición comercial en 2012 que también ha tenido una circulación limitada (vid J. E. Meabe: Introducción a Paideia de Werner Jaeger. Una guía para el conocimiento de sus principales temas – cuatro Lecciones, Corrientes, Moglia ediciones, 2012). En esa última edición se agregaron numerosas notas a pie de página y se actualizaron algunas referencias sin alterar para nada el texto de 1998. Estos drafts están destinados a una futura reedición ampliada de la obra. En adelante las referencias a Paideia remiten a Werner Jaeger: Paideia, trad. cast. de Joaquín Xirau y Wenceslao Roces, México, ed. FCE, 1985.
2 Dice Jaeger en Paideia, 22 (I, 1): Solo alguna vez, en los últimos libros, entiende Homero por areté las cualidades morales o espirituales. En general designa, de acuerdo con la modalidad de pensamiento de los tiempos primitivos, la fuerza y la destreza de los guerreros o de los luchadores y ante todo el valor heroico considerado no en nuestro sentido de acción moral separada de la fuerza, sino íntimamente unido.
3 Si bien en Hesíodo, como dice Jaeger (Paideia, 71[I, 4]) se introduce por primera vez el ideal que sirve de cristalización de todos los elementos y adquiere una elaboración poética en forma de epopeya: la idea del derecho, antes debe tenerse presente, como dice nuestro autor, que en Hesíodo se revela la segunda fuente de la cultura: el valor del trabajo (Paideia, 67 [I, 4]). Y para que no queden duda de su importancia, evidentemente no advertida por sus objetores ideológicos, señala Jaeger que no debe inducirnos a error la vida libre de ciudadanos de la clase señorial en Homero: Grecia exige de sus habitantes una vida de trabajo (Paideia, 67 [I, 4]).
4 Para todo esto vid: Paideia, I, 1: Nobleza y areté, pags. 22-29. En particular Paideia, 22, donde dice que la areté como expresión de la fuerza y el valor heroicos, se hallaba fuertemente enraizada en el lenguaje tradicional de la poesía heroica y esta significación debía permanecer allí por largo tiempo. Es natural que en la edad guerrera de las grandes migraciones el valor del hombre fuera apreciado ante todo por aquellas cualidades y de ello hallamos analogías en otros pueblos. También el adjetivo  que corresponde al sustantivo areté, aunque proceda de otra raíz, lleva consigo la combinación de nobleza y bravura militar. Significa a veces noble, a veces valiente o hábil; no tiene apenas nunca el sentido posterior de “bueno” como no tiene areté el de virtud moral.
5 Paideia, 30 (I, 2): Para completar e ilustrar la explicación de la areté - el concepto central de la educación griega – trazaremos una imagen de la vida de la nobleza griega primitiva, tal como nos la ofrecen los poemas “homéricos”.
6 Vid: Paideia, 22 (I, 1).
7 Vid: Paideia, 32 (I, 21). Jaeger desagrega dos etapas en los poemas homéricos: en la primera y más antigua, representada por la Ilíada, predomina de manera absoluta la guerra, mientras que en la ulterior, focalizada en la Odisea, el escenario se torna complejo y muestra el escorzo social en el cual emergen los nuevos componentes de la areté.
8 Vid: Paideia, I, 3: Homero, el educador (48-66).
9 Vid: Paideia, 28 (I, 1).
10 Vid: Paideia, 27 (I, 1).
11 Vid: Paideia, 29 (I, 1): En la fórmula “apropiarse de la belleza” se halla expresado con claridad única el íntimo motivo de la areté helénica. Ello distingue, ya en los tiempos de la nobleza homérica, la heroicidad griega del simple desprecio salvaje de la muerte. Es la subordinación de lo físico a una más alta “belleza”. Mediante el trueque de esta belleza por la vida, halla el impulso natural del hombre a la propia afirmación su cumplimiento más alto en la propia entrega.
12 Vid: Paideia: Hesíodo y la vida campesina, 67-83 (I, 4).
13 Una cita puntual de los Erga da base a la demarcación de Jaeger: Toma esto en consideración: atiende a la justicia y olvida la violencia (Erga, 275). Es el uso que ha ordenado Zeus a los hombres – dice Jaeger siguiendo a Hesíodo -: los peces y los animales salvajes y los pájaros alados pueden comerse unos a otros, puesto que entre ellos no existe el derecho. Pero a los hombres les confirió la justicia el más alto de los bienes. Esta diferencia entre los hombres y los animales se enlaza claramente con el ejemplo del halcón y el ruiseñor, Hesíodo piensa que entre los hombres no hay que apelar nunca al derecho del más fuerte, como lo hace el halcón con el ruiseñor (vid: Paideia ,76 [I, 4]).
14 Vid: Paideia ,77: La identificación de la voluntad divina de Zeus con la idea de derecho y la creación de una nueva figura divina, Diké, tan íntimamente vinculada con Zeus el dios más alto, son la consecuencia inmediata de la fuerza religiosa y la severidad moral con que sintieron la exigencia de protección del derecho la clase campesina naciente y los habitantes de la ciudad (I, 4).
15 Para una crítica completa del asunto vid: Joaquín E. Meabe: El derecho y la justicia del más fuerte, Corrientes, ITGD, 1994.
16 Al examinar aquella parte en la Jaeger analiza la obra de Platón y, en especial República y el Gorgias.
17 Vid: Paideia, I, 5, 84-102.
18 Vid: Paideia: La polis como forma de cultura y sus tipos, 84-86 (I, 5).
19 Vid: Paideia, I, 5, 86-92.
20 Vid: Paideia, El llamamiento de Tirteo a la “areté”: 92-102 (I, 5).
21 Vid: Paideia, 102 (I, 5).
22 Vid: Paideia, El estado jurídico y su ideal ciudadano 103-116 (I, 6).
23 Vid: Paideia, 106-107 (I, 6).
24 Vid: Paideia, 106-107 (I, 6).
25 Vid: Paideia, 113 (I, 6).
26 Vid: Paideia, 111-113 (I, 6).
27 Vid: Paideia, 108 (I, 6).
28 Vid: Paideia, 113 (I, 6).
29 Vid: Paideia, 114 (I, 6).
30 Vid: Paideia, 114 (I, 6).
31 Vid: Paideia, 114 (I, 6).
32 Vid: Paideia, 117-136 (I, 7).
33 Vid: Paideia, 137-149 (I, 8).
34 Vid: Paideia, 150-180 (I, 9).
35 Vid: Paideia, 181-211 (I, 10).
36 Vid: Paideia, 212-220 (I, 11).