Podría comenzar la clase con una bonita fotografía de alguien que se mira en un espejo. Preguntaría entonces por qué motivos podría alguien mirarse al espejo antes de salir de casa. Los alumnos podrán decirme, cada uno a su manera, que para salir con amigos o amigas, para una fiesta, para una despedida de fin de curso o etapa, para cualquier otro evento o celebración socialmente importante o, simplemente, para sentirse bien consigo.
Pero el siguiente paso puede dejarles por un momento atónitos o hacerles balancearse en el columpio de no saber qué decir si les pregunto la razón por la que hay personas que se miran al espejo cuando salen al encuentro de otros para hacer cosas tan diversas como las que ellos han dicho.
Esperaré sus respuestas, sean las que fueren, para colegir una tentativa de síntesis, concluyendo en definitiva que nos importa el aspecto que proyectamos hacia fuera y que queremos dar a los demás la imagen más cuidada y atractiva de nosotros mismos. Voy al espejo para comprobar o acercarme al prototipo ideal que desearía ser o como desearía ser visto por los otros.
Llegados a este punto, yo les sugeriría un experimento mental: Imaginad que al veros reflejados en un espejo fuese Descartes quien estuviese a vuestro lado. Tratad de recordar el primer paso metódico, no menos valiente que precavido que él proponía para emprender la búsqueda de la verdad, ¿ qué os podría preguntar si vosotros le decís que la imagen de lo que veis sois vosotros mismos o que los espejos son cristales con la propiedad de poder reflejar imágenes o que los rayos de luz son causa de esos reflejos en ellos?. Y si los alumnos no saben qué decir ante esto, también podríamos preguntarles qué actitud recomienda Descartes tomar para evitar dar por sentado cosas que la gente comunmente toma como obvias cuando se mira en un espejo o cuando juzga aspectos de cualquier otra cosa . Y si aún así no recordasen lo que responder, podríamos sugerirles la respuesta, por ejemplo, preguntándoles por qué debería dudar una persona que de por sentado que es ella misma a quién está viendo reflejada en un espejo. Sea cual sea la estrategia, se trata de inducirles la respuesta: Alguien como Descartes nos llevaría a dudar de las certezas de lo que vemos. Y probablemente habrá algún alumno que recuerde que algunas razones muy cartesianas podrían ser que estemos soñando o que podamos fingir que un poderoso ser engañador nos indujese a confundir lo verdadero con lo falso.
En este punto podría pedirles que recuerden el objetivo por el que Descartes se propone dudar, cuál es la verdad, qué cosa es aquélla de cuya realidad sealcanza plena certeza en el camnio de haber ido desechando como si fuese falso todo aquello de lo que podamos dudar. La duda se supera con el descubrimiento del "Yo pienso", es decir, del sujeto pensante de cuya existencia - y no sólo de su mera existencia sino también de su consistencia esencial - cabe un conocimiento verdadero inmediato e indudable. Obviamente hablemos con un lenguaje llano y con esa cortesía filosófica de quien quiere hacerse fácil de entender por el buen sentido del que todo joven es capaz.
Vuelvo sobre ese momento de mirarse al espejo. Y pregunto de nuevo: ¿ Qué vemos?. Obviamente nuestra imagen. Pero Descartes sería más sofisticado, como enseñó a serlo a los pensadores modernos. Y él quizás preguntaría: de lo que vemos en ese espejo ,¿ qué está dentro de nosotros?, ¿ qué hay en nosotros de todas las cosas que percibimos?. Las imágenes del espejo, en nosotros, serían ideas. De las cosas en las que yo pienso sólo puedo con certeza afirmar que son ideas mías, no cosas independientes de mí, salvo que su realidad sea demostrada.
Nuevo ejercicio de reminiscencia será que los alumnos recuerden las características por las que unas concepciones o ideas se presentan como evidentemente verdaderas o reales. Con alumnos participativos cabe esperar distintas opciones de respuesta, unas congruentes con Descartes y otras no tanto. Esperemos y animemos para que algún alumno o alumna nos proponga las ideas innatas y tratemos de conseguir que haya alguien que recuerde el criterio de verdad de las ideas claras y distintas. Que nunca puede ser falso lo que yo conciba clara y distintamente como verdad. Además, dirá Descartes, yo sé que mis pensamientos claros y distintos no pueden ser un sueño porque proceden de ideas que tienen en el mismísimo Dios su propia causa pues han de estar en Él mismo , y por ello se dice que son ideas innatas
Y entonces ya podremos extraer como conclusión que para el racionalismo la vía del conocimiento de toda verdad la abre la razón y que, siendo ésta lo que define al sujeto que piensa ideas, el único ámbito en el que la verdad se revela o manifiesta como evidentemente verdadera o indudable es en la conciencia del sujeto. Éste no podrá equivocarse nunca si emplea la lógica de la razón. Y, entre otras cosas, esa lógica racionalista lleva a Descartes a decir que es el alma como entendimiento, como "res cogitans", lo esencial subyacente del ser del yo y que todo lo demás, excepto las cualidades del alma humana y Dios, son como mecanismos materiales.
Pero ahora vamos a buscar una atrevida réplica a las impertinencias de un observador cartesiano. Yo me miro al espejo y quiero buscar en él eso que la madrastra de Blancanieves quería confirmar, aunque no necesariamente tengo que desear el refrendo de que mi belleza sobresalga por encima de la de los demás. Sócrates pudo sentirse feliz viéndose como una conciencia ética al escuchar su monólogo - solapado por la mayéutica- con su daimon; Platón creyó ver en ese espejo la bella y noble imagen de un alma con afinidad a las Ideas; Descartes veía una res cogitans como substrato de todo acto cognoscitivo y como fuente de primera y absoluta certeza. En definitiva, algo con persistencia, permanencia, inmortalidad, perfección...Cuando me miro busco en el reflejo , ni más ni menos, que la plena transparencia de mis deseos, de lo ideal y perfecto que yo quiero ser. Busco la idea que mi fantasía me hace desear por causas que yo mismo desconozco por no darme cuenta de ellas y quedar, por tanto, fuera de mi control. Nietztzche llamará a eso la voluntad de poder y nos descubre con ello el fondo instintual insondable de un campo de pulsiones o energías ciegas que accionan y reaccionan en eso que nuestra conciencia va a representar o interpretar como realidad y que lleva a la idea especular de un yo como substrato que subyace al accionar y reaccionar ante las pulsiones y fuerzas que colisionan entre sí en ese medio que es mi cuerpo y que es un complejo de fuerzas en dialéctica relación con otros campos de fuerzas. En el espejo veo lo que me gustaría ver como distinto del cuerpo que soy, un alma.
Marx develará el trasfondo socioeconómico que determinará las formas ideológicas de conciencia: somos lo que somos y pensamos y actuamos como lo hacemos por la posición que ocupamos dentro de las estructuras creadas por las relaciones sociales de producción dentro de un determinado modo de producción en el que las relaciones de propiedad jurídicamente protegidas producirán ideas y superestructuras para legitimar o la explotación o bien la lucha de clases sociales. En el espejo uno se ve en función de las posesiones que tenga que conservar y acumular.
Freud, a su manera, tratará de poner al desnudo el trasfondo inconsciente y pulsional del que las representaciones conscientes son vasallas y no cumplen otra función que enmascarar o sublimar el deseo para la autorregulación y supervivencia del individuo en su relación con los imperativos de la realidad, es decir, con la cruel naturaleza y con los demás seres humanos. En el espejo uno se ve como un yo capaz de regular los instintos que buscan satisfacción o placer inmediatos y que le influyen inconscientemente desde las vivencias no verbalizadas pasadas cuya represión le impone la realidad.
Los tres autores mencionados coincidirían en dar un paso más allá de la duda cartesiana, pues si ésta podría parecer un ejercicio artificioso para afirmar al sujeto como la cima desde donde se convierte en visible, cognoscible, evidenciable toda verdadera realidad, sin embargo, ellos dudan de este mismo sujeto, de su actividad, mostrando cómo sus representaciones encubren y transfiguran la compleja realidad, haciendo pasar por "verdadero" lo que sólo es pura apariencia, mera apariencia o reflejo especular en ese espejo que son el pensamiento, el lenguaje, las ideologías y las instituciones sociales . Por razones como éstas Marx, Nietzsche y Freud fueron incluídos por Ricoeur como "maestros de la sospecha"
Y si la capacidad de fantasear es infinita y es por la fantasía por la que el deseo puede convertirse en creador de valores, entonces habrá al menos un punto en que Platón y los tres maestros de la sospecha convergen, pues ya el mito platónico de la caverna nos enseñó que la confusión de los prisioneros se debía al hecho de que causas que estaban fuera de su campo de conciencia o visión determinaban sus fantasías que, a su vez, determinaban sus deseos y pensamientos, de modo que vivían confundidos, pues interpretaban como ser lo aparente Platón también vislumbró la fuerza de lo irracional inconsciente. Pero la diferencia es que Platón enfatizaba que los seres humanos tendemos a creer verdad lo que es contrario a la razón y lo sensible nos hace imaginar, sin darnos cuenta que no se trataba sino de ideas o interpretaciones inadecuadas de la realidad.
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sábado
MÍRATE AL ESPEJO Y VERÁS CÓMO TE INVENTAS: LA SOSPECHA Y EL RACIONALISMO CARTESIANO
Publicado por
Aletheia
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miércoles
LA CAVERNA DE NIETZSCHE
" Imaginad una cueva y que descendéis hacia lo más profundo y recóndito de la misma, ¿ qué sentiríais?". Así empecé hoy una clase para aventurarnos a poner en diálogo amistoso a dos personajes tan contrastantes como Nietzsche y Platón.
Los alumnos de bachillerato pronto comenzaron a expresar sus sugerencias: sería un lugar oscuro, impracticable para orientarnos bien, produciría miedo, un lugar donde no veríamos nada con claridad, la visión sería confusa, etc.
Propongámonos, por tanto ´-les dije-, recordar lo que enseñaba Platón a través de su famosa alegoría de la caverna. ¿ Quienes vivían en aquel lugar?. Y varios alumnos respondieron rápidamente que eran unos prisioneros encadenados. Y recordamos que vivir allí, en la oscuridad, era lo mismo que vivir entre sombras, entre penumbras, y que Platón nos decía que así se encuentra el hombre en el mundo cuando no emprende la vía de conocimiento expedita por una educación que estimule a pensar y dialogar. Otro alumno puntualizaba que ese progreso consistiría en un aprendizaje que llevaría a distinguir y descubrir la verdad de las cosas más allá de esas apariencias equívocas e imperfectas que en la caverna se corresponderían con las sombras vistas por los prisioneros. Yo tomé sus palabras como oportuna ocasión para preguntarles a ellos sobre la situación en que se encontraría mentalmente una persona que se pareciese a esos prisioneros que de las cosas sólo conociesen sus apariencias. Y la respuesta estaba cantada: " ignorancia". Y consideré importante hacerles ver algo en lo que a veces no reparamos al leer el mito de la caverna y que Platón parece enfatizar como un aspecto grave de esa ignorancia. Lo más grave - les comenté- de esa ignorancia es que de sí mismos, los prisioneros sólo ven lo aparente pero no captan lo esencial, lo que verdaderamente cada uno de ellos es igual que todos los demás.
Después de un breve silencio que probablemente se debiese al interés y a que el diálogo les sugería ideas, traté que ellos me dijesen qué verían de sí mismos esos míseros prisioneros y de qué no se habían llegado a dar cuenta y de lo que procedía todo lo noble, perfecto y superior que hay en cada ser humano. Me alegró mucho comprobar que aún recordaban que, según Platón, en su ignorancia, lo único que verían de sí mismos sería lo sensible, pero no inteligible, es decir, sus propios cuerpos y todo lo que con el cuerpo se relaciona: las percepciones que tuviesen, lo sentido, las emociones y pasiones, los apetitos e impulsos instintivos... Pero permanecerían ciegos para reconocer lo más esencial, lo más verdadero, lo más inteligible: ese alma, esa razón, enclaustrada dentro de la oprimente camisa de fuerza de la materia corporal. Y me permití entonces una digresión para explicarles que por culpa de esa ignorancia tampoco los prisioneros podían vivir en la perfecta paz con la que Platón hubiese soñado en su utopía de una sociedad perfecta, pues vivirían esclavos de las malas y más bajas pasiones de las que lo material tiene la culpa siempre según Platón.
Y claro, si a continuación yo pasaba a preguntarles lo que Plantón consideraba más necesario para esos infelices prisioneros, inevitablemente me preguntaba yo mismo si ellos recordarían alguna idea congruente como respuesta. Y, sí, pero necesitaban que yo pronunciase la palabra mágica: :" liberación". Entonces el paso siguiente era pensar en la visión que Platón tenía de esa liberación del alma y que era función propia de una buena educación. Y, ayudándonos entre todos en ese paseo que es el diálogo, pudimos recordar que se trataba de que el alma se liberase de todo lo percibido a través del cuerpo para alcanzar ese conocimiento superior que sólo puede darnos el uso de la razón que lleva al saber, al verdadero conocimiento que Platón llamaba "episteme" y, dentro del cual, el pensamiento filosófico cumplía una función excepcional. ¿ En qué consistía, pues, la función propia del filosofar?.
Costaba que los alumnos pudiesen en este momento encontrar la respuesta exacta. Unos tanteaban posibles respuestas, otros cavilaban taciturnos. Pero yo, mirando el reloj, algo impaciente quizás, anticipo la respuesta. Esa función es la crítica. El alma del hombre está llamada a liberarse de todo lo que la sujeta con cadenas que la retienen en el mundo sensible: liberarse de las apariencias para alcanzar el conocimiento sobre llo verdaderamente real e inteligible, las Ideas. El alma debe liberarse imponiéndo el gobierno regulador de la razón sobre la tiranía anárquica de los instintos vitales y sensibles. El alma debe liberarse haciéndose buena a fuerza de hacerse profunda en el saber y, así, filosofando, prepararse para la muerte a fin de salvarse en el mundo de las ideas.
¿ Para qué vive el hombre según Platón?. Es una pregunta oportuna para lanzarsela a los alumnos en el momento de recoger la siembra hecha. Si hay alguno que vea que el hombre que vive en la caverna tiene que luchar por salir de ella, hemos ganado mucho, pues facilitará que los demás entiendan que la finalidad de la crítica filosófica racionalista de Platón es la definitiva y completa separación del alma respecto del cuerpo. Y podrán comprender también que, en lo esencial, la idea que Platón da del sentido de la vida es la de un hombre que sólo puede realizarse teniendo que soportar esta vida para pensar y conocer. Se vive para pensar y se piensa para vivir una vida más elevada, pero escapando del mundo de la vida.
Pues, bien, ya hemos visto bastante de Platón. Pero ahora tenemos que pasar a Nietzsche. Y éste se nos presenta como un gran crítico del platonismo, al que hace cargar todas las culpas de los males en la historia de la cultura occidental o europea. Y, una vez dicho que Platón ve al hombre como un ser emientemente teórico, contemplativo, pensador, conceptualizador, descubridor de esencias inteligibles, me atreví a preguntar a mis alumnos la visión nietzscheana del ser humano. ¿ El hombre vive para hacer teorías o filosofías, según Nietzsche?
Tuve un momento de reproche interno: me critiqué haber lanzado la pregunta porque veía que los alumnos no sabían por dónde cogerla ni qué respuesta poder dar. Yo tenía por tanto que ayudarles y pensé una frase concisa pero sugerente: " No, para Nietzsche, el hombre vive para vivir con más intensidad. ¿ Eso qué es?"
Si los alumnos han leído algo de Nietzsche puede sugerirles ideas: lo que para Platón es lo esencial y más noble y perfecto del ser humano no es más que una pura apariencia o idea de ficción creada por él mismo: el alma y todos los conceptos más abstractos a los que se les ha otorgado valor e inteligibilidad supremas, la creencia en una naturaleza o esencia de lo humano fija, inmutable, universal e inmarcesible históricamente, trascendente al devenir del mundo de la vida que es cada cultura concreta y condicionante, muy condicionante.
¿Y cómo ha condicionado la cultura occidental ese producto suyo que es el tipo de hombre que vive, se relaciona y trata de prosperar dentro de las sociedades europeas?. A los chicos hay que formularles la pregunta de una forma más clara, como por ejemplo, ¿ qué es lo que más influye de la cultura occidental en nosotros según lo que habéis visto de Nietzsche?. Y una vez vista la contraposición entre la moral de esclavos y la moral de señores, algunos alumnos podrán sugerir que uno de esos instrumentos domesticadores, in-formadores, de la cultura occidental ha podido ser aquella moral de esclavos y sus coberturas ideológicas o filosóficas inventadas como coartadas para establecer valores uniformadores como valores universales y absolutos, separados de aquellos seres humanos de cuya decadencia y bajos instintos vitales proceden.
Y , una vez dicho esto, quise provocar a los alumnos con dos preguntas clave para comprender a Nietzsche. Primero, ¿ qué hacen con los seres humanos los valores establecidos por la cultura de tradición platónico-cristiana? y, segundo, ¿ con qué interés hacen lo que hacen esos valores?. Teníamos que ver que el producto humano de la cultura occidental sería un tipo de individuo cada vez más pequeño, más inhibido instintualmente, más sujeto por convencionalismos, más preso de prejuicios platónicos, hecho para adaptarse a la realidad social pactando y sometiéndose a los valores uniformizadores que le restarán creatividad, cortocircuitarán toda alternativa opcional de vida, le impondrán el olvido del ser como continuo devenir creador de la voluntad de poder, y le terminarán convirtiendo en un ser cada vez más impersonal, más sujeto a la anomía sociológica, cada vez más amoldado a la masa de los cualquiera o - como era del gusto heideggeriano- del estado de yecto del uno. En segundo lugar, los alumnos tenían que comprender que el interés al que responden los valores establecidos con los que la sociedad occidental lleva a los individuos a pactar para acomodarse y prosperar en ella es obra de uno de los más bajos instintos deplorados por Nietzsche en todos aquellos individuos que él consideraba débiles. El resentimiento que lleva a los más débiles al malestar con todo lo que es el mundo real y a necesitar la simulación, la mentira de creer como verdad lo que es producto de la inventiva interpretadora de lo vivido, la necesidad de recurrir a mecanismos de defensa negadores y racionalizadores de la realidad y, por supuesto, la sujeción a ideales que terminan imponiéndoles la manía y el desprecio contra todo lo que tenga relación con el propio cuerpo y sus sensaciones. Los débiles, tan distintos de los bien acondicionados para la lucha por la vida,los nobles - en sentido extramoral-, porque viven apasionadamente y proyectan la existencia como una aventura que disfrutan por la sensación de poder que les da sentirse vivos y activos, forjadores de lo que llegan a ser mediante los valores propios que ellos se dan y con los que viven sin disimulos, en pura sinseridad vital. Los débiles, sin embargo, son para Nietzsche todos aquellos que viven sintiendo la vida como una carga dolorosa, un continuo sufrimiento del que hay que liberarse y, para ello, necesitan que se les proporcione consuelos ultramundanos, utópicos, con los que poder liberarse del mundo cósmico real del devenir en el que nunca terminan de encajar aunque intenten adaptarse a lo establecido ritual o ideológicamente por ese artificio de mundo que es la cultura de un determinado tiempo histórico.
Y ya finalmente la prengunta definitiva: ¿ cuál es la caverna de la que el hombre debería liberarse y salir según Nietzsche? Y un diálogo que debe ser vertiginoso y provocativo debería llevar a los alumnos a la conclusión que esa caverna nietzscheana era la moral de esclavos. Y que Nietzsche podría estar de acuerdo en que la filosofía debe cumplir su función crítica pero con un interés muy diferente al platónico: combatir y aniquilar los valores establecidos dentro de la cultura occidental para liberar las energías creadoras del ser humano que lleven a los individuos a darse a sí mismos nuevas tablas de valores que se pongan al servicio de posibilidades proyectables de vida superior, de acuerdo con los instintos vitales más fuertes y elevados de la voluntad de poder. En definitiva, sacarle partido a la diversidad que introduce el devenir de la vida biológica para que sea la paleta con la que la vida se plasme como un collage de infinitos colores y estilos.
Si para Platón la filosofía debía de servir para preparar al hombre para la muerte, para Nietzsche, quizás en esto haciéndose eco de Spinoza, no debe ser otra cosa que una forma de vivir potenciadora de la acción y para vivir más apasionadamente.
Los alumnos de bachillerato pronto comenzaron a expresar sus sugerencias: sería un lugar oscuro, impracticable para orientarnos bien, produciría miedo, un lugar donde no veríamos nada con claridad, la visión sería confusa, etc.
Propongámonos, por tanto ´-les dije-, recordar lo que enseñaba Platón a través de su famosa alegoría de la caverna. ¿ Quienes vivían en aquel lugar?. Y varios alumnos respondieron rápidamente que eran unos prisioneros encadenados. Y recordamos que vivir allí, en la oscuridad, era lo mismo que vivir entre sombras, entre penumbras, y que Platón nos decía que así se encuentra el hombre en el mundo cuando no emprende la vía de conocimiento expedita por una educación que estimule a pensar y dialogar. Otro alumno puntualizaba que ese progreso consistiría en un aprendizaje que llevaría a distinguir y descubrir la verdad de las cosas más allá de esas apariencias equívocas e imperfectas que en la caverna se corresponderían con las sombras vistas por los prisioneros. Yo tomé sus palabras como oportuna ocasión para preguntarles a ellos sobre la situación en que se encontraría mentalmente una persona que se pareciese a esos prisioneros que de las cosas sólo conociesen sus apariencias. Y la respuesta estaba cantada: " ignorancia". Y consideré importante hacerles ver algo en lo que a veces no reparamos al leer el mito de la caverna y que Platón parece enfatizar como un aspecto grave de esa ignorancia. Lo más grave - les comenté- de esa ignorancia es que de sí mismos, los prisioneros sólo ven lo aparente pero no captan lo esencial, lo que verdaderamente cada uno de ellos es igual que todos los demás.
Después de un breve silencio que probablemente se debiese al interés y a que el diálogo les sugería ideas, traté que ellos me dijesen qué verían de sí mismos esos míseros prisioneros y de qué no se habían llegado a dar cuenta y de lo que procedía todo lo noble, perfecto y superior que hay en cada ser humano. Me alegró mucho comprobar que aún recordaban que, según Platón, en su ignorancia, lo único que verían de sí mismos sería lo sensible, pero no inteligible, es decir, sus propios cuerpos y todo lo que con el cuerpo se relaciona: las percepciones que tuviesen, lo sentido, las emociones y pasiones, los apetitos e impulsos instintivos... Pero permanecerían ciegos para reconocer lo más esencial, lo más verdadero, lo más inteligible: ese alma, esa razón, enclaustrada dentro de la oprimente camisa de fuerza de la materia corporal. Y me permití entonces una digresión para explicarles que por culpa de esa ignorancia tampoco los prisioneros podían vivir en la perfecta paz con la que Platón hubiese soñado en su utopía de una sociedad perfecta, pues vivirían esclavos de las malas y más bajas pasiones de las que lo material tiene la culpa siempre según Platón.
Y claro, si a continuación yo pasaba a preguntarles lo que Plantón consideraba más necesario para esos infelices prisioneros, inevitablemente me preguntaba yo mismo si ellos recordarían alguna idea congruente como respuesta. Y, sí, pero necesitaban que yo pronunciase la palabra mágica: :" liberación". Entonces el paso siguiente era pensar en la visión que Platón tenía de esa liberación del alma y que era función propia de una buena educación. Y, ayudándonos entre todos en ese paseo que es el diálogo, pudimos recordar que se trataba de que el alma se liberase de todo lo percibido a través del cuerpo para alcanzar ese conocimiento superior que sólo puede darnos el uso de la razón que lleva al saber, al verdadero conocimiento que Platón llamaba "episteme" y, dentro del cual, el pensamiento filosófico cumplía una función excepcional. ¿ En qué consistía, pues, la función propia del filosofar?.
Costaba que los alumnos pudiesen en este momento encontrar la respuesta exacta. Unos tanteaban posibles respuestas, otros cavilaban taciturnos. Pero yo, mirando el reloj, algo impaciente quizás, anticipo la respuesta. Esa función es la crítica. El alma del hombre está llamada a liberarse de todo lo que la sujeta con cadenas que la retienen en el mundo sensible: liberarse de las apariencias para alcanzar el conocimiento sobre llo verdaderamente real e inteligible, las Ideas. El alma debe liberarse imponiéndo el gobierno regulador de la razón sobre la tiranía anárquica de los instintos vitales y sensibles. El alma debe liberarse haciéndose buena a fuerza de hacerse profunda en el saber y, así, filosofando, prepararse para la muerte a fin de salvarse en el mundo de las ideas.
¿ Para qué vive el hombre según Platón?. Es una pregunta oportuna para lanzarsela a los alumnos en el momento de recoger la siembra hecha. Si hay alguno que vea que el hombre que vive en la caverna tiene que luchar por salir de ella, hemos ganado mucho, pues facilitará que los demás entiendan que la finalidad de la crítica filosófica racionalista de Platón es la definitiva y completa separación del alma respecto del cuerpo. Y podrán comprender también que, en lo esencial, la idea que Platón da del sentido de la vida es la de un hombre que sólo puede realizarse teniendo que soportar esta vida para pensar y conocer. Se vive para pensar y se piensa para vivir una vida más elevada, pero escapando del mundo de la vida.
Pues, bien, ya hemos visto bastante de Platón. Pero ahora tenemos que pasar a Nietzsche. Y éste se nos presenta como un gran crítico del platonismo, al que hace cargar todas las culpas de los males en la historia de la cultura occidental o europea. Y, una vez dicho que Platón ve al hombre como un ser emientemente teórico, contemplativo, pensador, conceptualizador, descubridor de esencias inteligibles, me atreví a preguntar a mis alumnos la visión nietzscheana del ser humano. ¿ El hombre vive para hacer teorías o filosofías, según Nietzsche?
Tuve un momento de reproche interno: me critiqué haber lanzado la pregunta porque veía que los alumnos no sabían por dónde cogerla ni qué respuesta poder dar. Yo tenía por tanto que ayudarles y pensé una frase concisa pero sugerente: " No, para Nietzsche, el hombre vive para vivir con más intensidad. ¿ Eso qué es?"
Si los alumnos han leído algo de Nietzsche puede sugerirles ideas: lo que para Platón es lo esencial y más noble y perfecto del ser humano no es más que una pura apariencia o idea de ficción creada por él mismo: el alma y todos los conceptos más abstractos a los que se les ha otorgado valor e inteligibilidad supremas, la creencia en una naturaleza o esencia de lo humano fija, inmutable, universal e inmarcesible históricamente, trascendente al devenir del mundo de la vida que es cada cultura concreta y condicionante, muy condicionante.
¿Y cómo ha condicionado la cultura occidental ese producto suyo que es el tipo de hombre que vive, se relaciona y trata de prosperar dentro de las sociedades europeas?. A los chicos hay que formularles la pregunta de una forma más clara, como por ejemplo, ¿ qué es lo que más influye de la cultura occidental en nosotros según lo que habéis visto de Nietzsche?. Y una vez vista la contraposición entre la moral de esclavos y la moral de señores, algunos alumnos podrán sugerir que uno de esos instrumentos domesticadores, in-formadores, de la cultura occidental ha podido ser aquella moral de esclavos y sus coberturas ideológicas o filosóficas inventadas como coartadas para establecer valores uniformadores como valores universales y absolutos, separados de aquellos seres humanos de cuya decadencia y bajos instintos vitales proceden.
Y , una vez dicho esto, quise provocar a los alumnos con dos preguntas clave para comprender a Nietzsche. Primero, ¿ qué hacen con los seres humanos los valores establecidos por la cultura de tradición platónico-cristiana? y, segundo, ¿ con qué interés hacen lo que hacen esos valores?. Teníamos que ver que el producto humano de la cultura occidental sería un tipo de individuo cada vez más pequeño, más inhibido instintualmente, más sujeto por convencionalismos, más preso de prejuicios platónicos, hecho para adaptarse a la realidad social pactando y sometiéndose a los valores uniformizadores que le restarán creatividad, cortocircuitarán toda alternativa opcional de vida, le impondrán el olvido del ser como continuo devenir creador de la voluntad de poder, y le terminarán convirtiendo en un ser cada vez más impersonal, más sujeto a la anomía sociológica, cada vez más amoldado a la masa de los cualquiera o - como era del gusto heideggeriano- del estado de yecto del uno. En segundo lugar, los alumnos tenían que comprender que el interés al que responden los valores establecidos con los que la sociedad occidental lleva a los individuos a pactar para acomodarse y prosperar en ella es obra de uno de los más bajos instintos deplorados por Nietzsche en todos aquellos individuos que él consideraba débiles. El resentimiento que lleva a los más débiles al malestar con todo lo que es el mundo real y a necesitar la simulación, la mentira de creer como verdad lo que es producto de la inventiva interpretadora de lo vivido, la necesidad de recurrir a mecanismos de defensa negadores y racionalizadores de la realidad y, por supuesto, la sujeción a ideales que terminan imponiéndoles la manía y el desprecio contra todo lo que tenga relación con el propio cuerpo y sus sensaciones. Los débiles, tan distintos de los bien acondicionados para la lucha por la vida,los nobles - en sentido extramoral-, porque viven apasionadamente y proyectan la existencia como una aventura que disfrutan por la sensación de poder que les da sentirse vivos y activos, forjadores de lo que llegan a ser mediante los valores propios que ellos se dan y con los que viven sin disimulos, en pura sinseridad vital. Los débiles, sin embargo, son para Nietzsche todos aquellos que viven sintiendo la vida como una carga dolorosa, un continuo sufrimiento del que hay que liberarse y, para ello, necesitan que se les proporcione consuelos ultramundanos, utópicos, con los que poder liberarse del mundo cósmico real del devenir en el que nunca terminan de encajar aunque intenten adaptarse a lo establecido ritual o ideológicamente por ese artificio de mundo que es la cultura de un determinado tiempo histórico.
Y ya finalmente la prengunta definitiva: ¿ cuál es la caverna de la que el hombre debería liberarse y salir según Nietzsche? Y un diálogo que debe ser vertiginoso y provocativo debería llevar a los alumnos a la conclusión que esa caverna nietzscheana era la moral de esclavos. Y que Nietzsche podría estar de acuerdo en que la filosofía debe cumplir su función crítica pero con un interés muy diferente al platónico: combatir y aniquilar los valores establecidos dentro de la cultura occidental para liberar las energías creadoras del ser humano que lleven a los individuos a darse a sí mismos nuevas tablas de valores que se pongan al servicio de posibilidades proyectables de vida superior, de acuerdo con los instintos vitales más fuertes y elevados de la voluntad de poder. En definitiva, sacarle partido a la diversidad que introduce el devenir de la vida biológica para que sea la paleta con la que la vida se plasme como un collage de infinitos colores y estilos.
Si para Platón la filosofía debía de servir para preparar al hombre para la muerte, para Nietzsche, quizás en esto haciéndose eco de Spinoza, no debe ser otra cosa que una forma de vivir potenciadora de la acción y para vivir más apasionadamente.
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